5 de diciembre de 2013

El Tiempo Vivido...

Al final no cuenta la cantidad de años de tu vida,
sino la cantidad de vida en tus años.
El Buscador” – Jorge Bucay

Esta es la historia de un buscador que sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.


Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir.
Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquel lugar. Traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Target, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días“. 


Era una lápida… Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. Fue mirando una a una cada piedra y vio que todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo exacto de vida del muerto. El buscador se conmocionó cuando se dio cuenta de que ese hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra, una tumba. Pero lo que le conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años. El buscador se derrumbó y comenzó a llorar.El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, ningún familiar -dijo el buscador- ¿Qué maldición hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?
El anciano se sonrió y le dijo: – Puede usted serenarse, no hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre, le contaré:
El anciano se sonrió y le dijo: – Puede usted serenarse, nohay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre, le contaré.

Cuando un joven cumple 15 años sus padres le regalan una libreta. Y es tradición entre nosotros que a partir de ahí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado; a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella ¿cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿dos? Y después… la emoción del primer beso, ¿y el viaje más deseado?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el gozar estas situaciones? ¿Horas, días, años…?
Así, vamos anotando cada momento que disfrutamos. Cada momento. Cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ése es para nosotros…
El único y verdadero tiempo vivido.
 

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